Lo sucedido en Ecuador, en las últimas 72 horas, ha provocado una conmoción latinoamericana, por el nivel de violencia con el que el crimen organizado se ha enfrentado al Estado y no cabe duda que la preocupación llega igualmente hasta Chile, donde se vive un fenómeno criminal ascendente, preocupante y también invisible.
Pablo Zeballos, exoficial de inteligencia de Carabineros y consultor internacional en crimen organizado y fenómenos emergentes, conversó con El Mostrador sobre la crisis que vive el vecino país, donde el Gobierno de Daniel Noboa le ha declarado la guerra a la delincuencia organizada. A su juicio, esto se debe mirar de cerca desde Chile, donde se está viviendo “un cambio en su paradigma criminal tradicional”.
El experto, quien declara no estar acostumbrado a la exposición pública, comienza la entrevista con una frase del juez italiano Paolo Borsellino, quien falleció en un atentado perpetrado por la mafia siciliana: “Hablemos de la mafia. Habla por radio, por televisión, todos los días. Pero habla de ello“.
-¿Hasta qué punto es bueno conversar del fenómeno criminal? Porque a veces uno piensa que entre más información pública se da respecto a este fenómeno, mayor es la marca, porque las organizaciones criminales también buscan publicidad. ¿Hasta qué punto puede ser beneficioso o perjudicial hablar constantemente del fenómeno?
-Pienso que es un tema debatible. Hay muchas visiones respecto a lo mismo. Yo creo que hay que diferenciar dos cosas. Uno, es hablar del problema y potenciar una marca delictual, especialmente respecto a sus acciones brutales, que nunca nunca es recomendable, porque corremos el riesgo de romantizar a ciertas figuras: el patrón número uno, el sujeto más criminal, el sicario más poderoso, el simpático, el tipo brillante, y eso va generando un efecto imitativo en ciertos segmentos de la población que ven una forma de transformación, crecimiento y de estatus. Y dos, el crimen organizado en sí mismo, como modelo económico, como modelo de negocio. El crimen organizado no tiene como finalidad andar matando a gente. Tiene como finalidad potenciar sus economías ilícitas.
La herramienta más poderosa que tiene, es el poder de corromper. Esa herramienta de corrupción del poder es una secuencia lógica. Si una organización criminalizada bien compleja en un país, bien fuerte en un país, logra llegar a acuerdos con el poder político, con el poder judicial, no digo con el poder en sí mismo, sino con determinadas personas que pueden caer en actos de corrupción, las estructuras se van complejizando, se van comprometiendo y lo que queda, increíblemente, es un Estado que tiene un poder criminalizado. La prensa tiene una obligación súper compleja y peligrosa, que es develar estas relaciones oscuras, corruptas que pueden existir entre facciones de crimen organizado ya asentadas, en vías de legalizar su economía ilícita, y el apoyo que pueden tener de ciertos sectores.
Yo creo personalmente que hoy día sí tenemos sociedades en América Latina, en África también, incluso en algunas zonas de Europa, que están absolutamente comprometidas en cuanto a la criminalización y donde es difícil –debido al nivel de penetración del tejido social– distinguir qué es criminalidad y qué no.
-En Ecuador, derechamente, la criminalidad organizada desafió al Estado. La pregunta que surge es cómo va a darse la relación de fuerza entre el Estado y la criminalidad. ¿Qué observas del proceso en Ecuador?
-Siempre he pensado que la delincuencia, cuando empieza a organizarse y a articularse en red, es cuando empieza a tener las condicionantes que podrían significar criminalidad organizada. No en el concepto tradicional de la Convención de Palermo, que es muy sencillo. Lo que siento es que el Estado tiene una complejidad muy fuerte, porque mientras se intenta imponer las normas del Estado, los sectores más criminalizados llegan a mejores acuerdos precisamente con el Estado, lo que es un paradoja.
Explicándolo en sencillo, para algunos Estados criminalizados, la mejor forma de bajar la tasa de homicidios, por ejemplo, es pactar con una organización criminal para que ellos ayuden a bajar la tasa de homicidios. Esto es una paradoja, porque conlleva un replanteamiento súper complejo de nuestros sistemas democráticos. Lo que uno observa, lamentablemente, en algunas zonas y cada vez más, es que las estructuras criminales tienden a formar megabandas, megaestructuras, que tienen varias áreas de diversificación criminal. Desde lo netamente criminal, el tráfico de drogas, hasta otras formas que tienen que ver mucho con el control del territorio.
-¿Qué capacidades tiene el Estado versus el crimen organizado?
-Como decía ese criminal del cartel de Medellín, Pablo Escobar, “o por plata o por plomo”. Yo siempre he pensado que los Estados tienen que ser suficientemente fuertes para responder a la amenaza criminal, pero la amenaza criminal tiene condicionantes muy especiales. Son como el mito de la Hidra de Lerna, donde uno cortaba una cabeza pero surgían inmediatamente dos, entonces nunca está muy claro cuánto es el daño que efectivamente la estructura estatal puede impactar en el crimen organizado. El crimen organizado también tiene la capacidad de detener sus operaciones, simular que es el Estado el que ganó la batalla y así tener un tiempo para reordenarse, reafirmarse y aumentar los nexos criminales.
Un caso muy interesante es el PCC (el Primer Comando de la Capital) en Sao Paulo, que es un caso muy emblemático de una estructura que surge como una especie de defensa de los internos dentro del brutal sistema de prisiones que tiene hasta el día de hoy Brasil. Después de lograr la unión dentro de las cárceles, tras un terrible evento en el año 92 donde murieron 111 recluidos, esta organización empieza a transformarse, a tomar el control, un control entre comillas positivo de los recintos penitenciarios. O sea, dejaban que los jumbos –las encomiendas que les entregan los familiares a la gente que está recluida– llegaran a sus destinatarios, cosa que antes no ocurría, porque otros criminales de mayor jerarquía se lo robaban.
-La idea del malo bueno…
-Claro. Empezaron a terminar con los actos de sodomía dentro de los centros penitenciarios y después de eso trasladaron ese sistema de control, seguridad y resguardo a las favelas. A causa de esto hubo una terrible guerra entre el estado de Sao Paulo y los criminales, porque se desconocía la existencia de estos grupos, pero luego el Estado –en el 2006– tuvo que transar con ellos. Lo que tiene el crimen organizado, a diferencia de los Estados, es una flexibilidad extraordinaria, una capacidad de adaptación impresionante, un continuo reclutamiento de personal sin barreras de entrada, con la posibilidad de movilización social, desde muy abajo, a la mesa directiva de la organización criminal. Por ello es que las organizaciones criminales tienen condicionantes súper útiles para las luchas prolongadas, tienen condicionantes que les permite transar con algunos Estados y también tienen la capacidad de infundir terror o enviar mensajes hacia la población, a determinado público objetivo.
-Cada acto de este tipo de delincuencia puede ser visto como mensaje.
-Efectivamente, estos sujetos funcionan mucho sobre nuestra hiperconexión. Todos estamos mirando nuestras redes sociales, hoy tenemos una abundancia de información nunca antes vista. Estos sujetos han logrado sacar provecho multifactorial de esto. Ellos sacan provecho de muchos lados. Por ejemplo, lo que pasó el Ecuador cuando entraron los criminales a un medio de comunicación. Esto, guardando las proporciones, tuvo un impacto similar a lo que ocurrió el 11S del 2001 en el ataque a las Torres Gemelas, donde todo el mundo vio en vivo un ataque terrorista impresionante, que generó un impacto global que cambió las agendas del mundo. Guardando la proporción, lo que buscaba esta organización criminal era enviar un mensaje a determinados grupos objetivos.
En este caso, creo yo, que era hacia la población. Querían demostrar que ellos tenían una capacidad que iba más allá de lo que alguna vez se había dicho, porque esos sujetos que entraron a tomar el control de la transmisión en vivo no lo hicieron como kamikazes. Ellos sabían perfectamente que tenían que hacer eso, transmitir los mensajes, mostrar su capacidad de fuego, y después cuando llegara la policía rendirse sin rehenes, sin violencia, sin sangre, y volver a su estado de seguridad natural, que es la cárcel. Entonces, el mensaje generó un impacto global gigantesco y, por otro lado, empezamos a tener otros mensajes horrorosos que yo realmente no recomiendo que la gente caiga en la morbosidad de verlo, que estaban enfocados hacia otro grupo objetivo: los policías y los organismos de respuesta.
-¿Y a quiénes iba dirigido el mensaje de matar a gendarmes o guardias en vivo?
-Si observas, te das cuenta de que afectaban a los funcionarios de más bajos rangos de las policías. El mensaje ahí es ‘que no vale la pena pelear con nosotros, no vale la pena ni por tu sueldo, no vale la pena ni por tus generales que te van a abandonar, que andan en autos blindados. No vale la pena’. Ese es el mensaje, y ese mensaje es muy impactante porque los hace evaluar sobre una respuesta muy fuerte de las policías o del servicio penitenciario ecuatorianos cuando les mataron un compañero.
Lo que queda claro, sí, no creo que haya mucha discusión, es que esta organización criminal, tanto “Los Choneros” como otras 17 que están operando hoy día y que están sacando provecho a este momento de caos, envían mensajes, y por lo menos distinguimos un mensaje directo a las autoridades y a la población, de terror y otro más direccionado a quienes tienen que ser los reguladores del crimen, que son las policías y los servicios penitenciarios.
Yo creo que hay que poner mucha atención en la posibilidad de replicarse y eso en cualquier aspecto de la vida. Los criminales también replican los modelos que resultan exitosos, sin que exista, necesariamente, una conexión con el modelo original.
-En una de de tus observaciones, has hecho una especie de categorización respecto de cuáles son las etapas del crimen organizado. Y si observamos a Chile, estamos en la etapa de intimidación.
-En Chile estamos teniendo varios procesos que están sucediendo en forma paralela y estos procesos van acompañados de una incertidumbre en cuanto a los diagnósticos, porque tenemos diagnósticos muy extremos. Yo creo que sí o sí Chile está viviendo un cambio en su paradigma criminal tradicional. Tú eres periodista hace muchos años, cubriste la delincuencia hace 20 años y es muy diferente a la que estás cubriendo ahora, porque hay códigos que también cambiaron, hay una transformación que ha tenido su origen o que se ha sumado a transformaciones sociales que ha tenido el mundo, particularmente Chile. Tenemos un espacio donde el mundo se apaga por un tiempo con la pandemia, pero la criminalidad sigue funcionando en los barrios y, de hecho, en algunos países funcionó mucho mejor que el Estado, probablemente en Chile también.
Lo que uno observa o percibe en la calle es que tenemos transformaciones de un modelo de actividad criminal sumamente violenta, con muchos muertos, con personas que no solamente son asesinadas sino que se ensañan contra sus cuerpos. Esto nos hace levantar la hipótesis de que en estos momentos tenemos una crisis por superposición de estructuras criminales: una se quiere superponer sobre otra, que podrían ser incluso de estructuras extranjeras asociadas que están tratando de lograr y ganar territorio para una actividad criminal inicial y es necesario mandar ahí varios mensajes. Un mensaje que es interno a ellos, es decir, ‘mira, estamos acá, ya estamos avanzando’, a sus jefes, a sus controladores, un mensaje que es para las estructuras con las que están combatiendo, es un mensaje para demostrar capacidad, pero también –increíblemente– es un mensaje para ellos mismos, para demostrar que es una especie de motivación, es como el canto que hacen los militares cuando van a un entrenamiento, es ‘mira, somos valientes, somos únicos, somos seleccionados para una misión muy especial, confían en nosotros etcétera’.
-¿Tenemos entonces un problema de violencia y también de diagnóstico?
-Tenemos mucho simbolismo, yo creo que estamos en una etapa compleja, creo que tenemos una grave falencia de diagnóstico, creo que tenemos una gran cantidad de personas dando opiniones, que son válidas, pero deberíamos tener que dar opiniones o soluciones pensadas, dimensionando si como país o como sociedad estamos preparados para tomar esas decisiones.
Normalmente uno escucha que se dice ‘oye, vamos a hacer esto, vamos a bloquear, vamos a cerrar fronteras completamente’ y la pregunta, primero, es si tenemos la capacidad de hacerlo y, segundo, si a las consecuencias de lo que hagamos vamos a estar dispuestos a aceptar que fue una decisión que tuvimos que asumir como país.
-¿Dónde hay que poner el acento?
-Tenemos que poner mucha atención al control de nuestros de nuestros territorios, de nuestros barrios, saber qué es lo que está pasando realmente en los asentamientos precarios, en los campamentos, cómo estamos entrando a esos lugares, quiénes son los que realmente están entrando a estos lugares y cómo se va conformando un tejido social diferente, que ya no requiere del Estado.
Yo tuve la oportunidad de conocer una de las favelas más grandes de Río llamada Paraisópolis. Esto está al medio del barrio más exclusivo de Sao Paulo. En 10 kilómetros cuadrados viven 100 mil personas y en ese lugar la justicia, la obra social, las oportunidades de trabajo, la seguridad, lo garantiza una estructura criminal. Eso es lo que hay que evitar, porque la gente entiende que esa es su realidad. Es bien difícil para nosotros poder entenderlo, pero cuando una persona que vive permanentemente sin ver la presencia del Estado y viene un grupo que se arroga ciertas atribuciones y esas atribuciones funcionan, yo probablemente voy a aceptar una sumisión a ese grupo, que no es el Estado, pero que me ofrece una presencia mucho más fuerte de la que debiera ofrecerme el Estado formalizado.
-¿Cómo se puede ir avanzando como país en la dirección de cautelar el territorio para evitar que estén bajo el control del crimen organizado? ¿Qué experiencias exitosas has podido constatar?
-Es complejo para mí decirlo, pero he visto muy pocas experiencias exitosas. Es lamentable, pero es una realidad y es una realidad que desmotiva un poco, pero eso no significa que no tengamos que tener la búsqueda de experiencias más bien exitosas. Las estructuras criminales normalmente son poderosas por el nivel que tienen de entrelazarse con la sociedad, eso es lo que lo hace diferente a una estructura delictual de otras estructuras. Una estructura criminal es exitosa cuando logra meterse en el engranaje social y sacar provecho de ese engranaje y participar de casi toda la actividad que simboliza la formalidad. En esa lógica, las estructuras, al generar una marca desde una perspectiva económica, una marca conocida, reputada, valorada, tienen varias opciones de avanzar, sobre todo si la convierten en una franquicia. Uno puede ver que hay megaestructuras, pero en realidad esas megaestructuras son múltiples grupos que accedieron a acuerdos para integrar y ocupar una marca y de esa forma ir ganando territorio.
-¿Cómo se forman esas megaestructuras? ¿Hablamos de un gran cartel?
-Indudablemente esas megaestructuras tienen una una casa matriz, por así decirlo, tienen una mesa directoria normalmente con un líder bastante carismático o bastante sangriento o un asesino nato o un gallo brillante o una persona que no es un asesino nato, que viene del mundo policial y que le hizo un cambio en la disciplina, pero siempre hay unos líderes y avanzan. Lo clave es entender cuáles son las condiciones que permiten que esa estructura avance en una sociedad, porque lo único que nos queda claro es que las organizaciones criminales no conciben las fronteras como las concebimos nosotros, donde sabemos que tenemos que comprar un pasaje en avión, comprar un pasaje en bus, llegar a otra frontera, mostrar un pasaporte. La criminalidad no lo concibe así, la criminalidad ve las fronteras como una oportunidad de negocio. ‘Oye, ¿sabes qué?, los puertos en Chile no los controla nadie. Listo, vamos para allá’, no les interesa cómo van a entrar, no les interesa sacar pasaporte. Van, mandan a alguien que vea cuáles son las condicionales que pueden ser explotadas, con qué se puede hacer alianza o a quién hay que quitarle ese derecho y a quién hay que corromper, etcétera.
Para contrarrestar aquello, lo primero es que hay que ser muy drástico con el tema de la corrupción, que es un facilitador del ingreso, fortalecer no solamente nuestras policías, fortalecer lo que históricamente en América Latina ha sido el ente generador de estas megaestructuras: las cárceles, y trabajar en forma conjunta y lograr un diagnóstico y entender que este es un problema de Estado.